Amalia Hernández (Ciudad de México, 1917–2000) fue la creadora, directora y coreógrafa del Ballet Folklórico de México. Todo comenzó en 1952 cuando formó una pequeña compañía que mezcló el folklor mexicano con el rigor del ballet y la danza moderna, con la cual se presentó semanalmente en el programa televisivo Función de Gala.
La compañía tuvo tanto éxito que recibió una invitación, por parte del Departamento de Turismo, para llevar su espectáculo a otros países con el fin de promover la imagen de México. El expresidente Adolfo López Mateos les ofreció el teatro del Palacio de Bellas Artes, en donde se han presentado ininterrumpidamente desde octubre de 1959. En la actualidad, el Ballet está integrado por más de 65 bailarines y músicos que realizan giras mundiales con la misión de reavivar las danzas, costumbres y tradiciones mexicanas.
La prensa internacional reconoció a Amalia Hernández como la “Emperatriz del tesoro mexicano del folklor” y describe al ballet como “un museo viviente que transmite por el mundo tradiciones culturales de México”5.
En mis jardines, en mis casas, siempre he procurado que prive el plácido murmullo del silencio y en mis fuentes canta el silencio.6
Luis Barragán, Discurso durante la ceremonia de premiación del premio Pritzker, 1980
Luis Barragán (Guadalajara, Jalisco, 1902–Ciudad de México, 1988) es reconocido como uno de los arquitectos más importantes del siglo XX. En 1980 se convirtió en el primer latinoamericano, y hasta el momento único mexicano, en recibir el premio Pritzker de Arquitectura y su obra empezó a ser reconocida internacionalmente; desde entonces, arquitectos y conocedores de arte de todo el mundo viajan en peregrinaje a México para estudiar sus colores, manejo de la luz y capacidad de evocar atmósferas.
Las Torres de Satélite —creadas en colaboración con Mathias Goeritz y Jesús Reyes Ferreira—, la Capilla de las Capuchinas Sacramentarias y la Casa Luis Barragán, son solamente una muestra de su legado, que se inscribe al de un conjunto de artistas que le dieron identidad a México.
La Casa–Taller Luis Barragán, construida en 1948, fue nombrada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad en el año 2004. Es el único inmueble en América Latina que ha logrado tal distinción.
El barro negro —también conocido como cerámica negra mexicana— es un estilo de alfarería, icónico de Oaxaca, cuyos orígenes se remontan a los vestigios arqueológicos de vajillas domésticas realizadas por los pueblos zapotecos y mixtecos de los Valles Centrales.
Hasta las primeras décadas del siglo XX, los artesanos del pueblo de San Bartolo Coyotepec elaboraban diversos utensilios rústicos de barro mate y grisáceo para su uso diario: ánforas, figuras de tecolotes para envasar mezcal, apaxtles para almacenar agua, cántaros, silbatos, juguetes y flautas, entre otros.
En 1950, la señora Rosa Real Mateo de Nieto, sucesora de los artesanos alfareros, experimentó en su taller hasta descubrir que se podía cambiar el color y el brillo de las piezas, puliéndolas y cociéndolas a una temperatura ligeramente más baja. Así nació el barro negro, la alfarería más popular entre coleccionistas de artesanías mexicanas.
Tatiana, arquitecta mexicana ganadora del Global Award for Sustainable Architecture 2014, nació en la Ciudad de México en 1972 y estudió en la Universidad Iberoamericana.
Su trabajo, calificado por expertos como multifacético, innovador, transdisciplinar y global, ha atravesado fronteras con proyectos en Europa, Asia y América y la ha hecho acreedora a importantes reconocimientos como el Premio Kunstpreis Berlin (2012), el Premio Global de Arquitectura Sostenible (2014), el Architizer Impact Award (2017) y el Design Vanguard —al ser considerada entre los 10 mejores arquitectos jóvenes del mundo en 2007—, entre muchos otros.
Los proyectos realizados en el Estudio de Tatiana Bilbao aspiran a “comprender la arquitectura desde lo multicultural y multidisciplinario para crear espacios humanizados, que reaccionen ante el capitalismo global”7.
Algunas de sus obras en México son: la Capilla de la Gratitud de la Ruta del Peregrino en Jalisco, el Jardín Botánico de Culiacán, y el edificio biotecnológico del Instituto Tecnológico de Monterrey, en Sinaloa.
¡Viva México! París es magnífico pero ¡qué chulo es México!
Luis Buñuel, en una carta a Gabriel Figueroa
Luis Buñuel (Calanda, España, 1900–Ciudad de México, 1983) tuvo su primer acercamiento con el surrealismo en París, donde se desempeñó como poeta, crítico y cineasta. Ahí filmó, en colaboración con Salvador Dalí, la película que se convirtió en el máximo referente del cine surrealista: Un perro andaluz (1929).
La guerra civil española y el azar lo trajeron a México en 1936, en donde alcanzó el momento más brillante de su carrera.
Buñuel se nacionalizó mexicano en 1949 y filmó en tierras mexicanas un total de 17 películas —la mayor parte de su obra—, entre las que se cuentan: Él (1953), Nazarín (1959), Viridiana (1961) y El ángel exterminador (1962) —consideradas sus obras de mayor madurez— y otras de corte comercial como El gran calavera (1949), Susana (1951) y Ensayo de un crimen (1955).
Los olvidados (1950) fue su primera obra maestra filmada en México. En 1951 se estrenó en el Festival de Cannes, opacada por un halo de críticas que no veían con buenos ojos el retrato que Buñuel y la lente del fotógrafo Gabriel Figueroa lograron de los barrios marginales de la capital mexicana. Casi siete décadas después, en el año 2019, Los olvidados se reestrenó con ovaciones en Cannes, como una muestra de su valor estético y su vigencia.
El burrito es técnicamente un taco: una tortilla de harina grande que envuelve diversos tipos de guisados, tradicionalmente preparados a base de carne, aunque también los hay de frijoles, queso y otros ingredientes.
Es tan popular en Estados Unidos de América que la comida Tex-Mex ha reclamado su invención durante años, pero el burrito es un invento del lado mexicano de la frontera. Aunque existen varias leyendas sobre su creación, todas coinciden en un punto: los burritos fueron inventados en Ciudad Juárez, México.
La historia más difundida cuenta que a finales del siglo XIX —e incluso hasta la época revolucionaria— existió un señor de nombre Juan Méndez, que vendía guisados enrollados en tortillas de harina, y logró tanto éxito que diariamente iba y venía del barrio juarense de Bella Vista al Paso, Texas, cargando su mercancía en un burro, que a la larga inspiraría el nombre.
José Hermenegildo de la Luz Bustos Hernández (1832−1907) nació en Purísima del Rincón, un pequeño poblado en el estado de Guanajuato, y casi nunca salió de ahí. Comenzó a pintar a una edad muy temprana y, a diferencia de otros artistas de su época, no tuvo formación artística, por lo que su búsqueda autodidacta lo alejó del canon establecido en un momento en el que la pintura era académica y copiaba los modelos europeos.
Vivió de manera humilde y, aunque su origen era mestizo, siempre estuvo orgulloso de su raíz indígena. Solía afirmar “indio soy y a mucha honra”. Además de vender sus dibujos y retratos, se ganaba la vida realizando diversos oficios como curandero, hojalatero, carpintero, maestro de obras, albañil y nevero.
El corpus de su obra está conformado por más de cuatrocientos cuadros, en su mayoría retratos, escenas religiosas y naturaleza muerta que se caracterizan por la riqueza de sus detalles. Su legado se inclinó hacia las artes populares y fue una gran influencia para artistas como José Guadalupe Posada y muchos posteriores.