Sazonador, adobo y fuente de color. El achiote es un condimento imprescindible en las cocinas del sureste de México. Gracias a él existen la cochinita pibil y los tacos al pastor, entre muchos otros platillos, dos glorias de la gastronomía nacional.
En el México prehispánico se le consideraba una planta sagrada y se usaba como pigmento. La manera en la que se obtiene la pasta de achiote, decantando el polvo que se halla en las semillas, es una técnica maya de gran refinamiento.
Tras el descubrimiento de América fue llevado a Europa en donde se empleó para teñir desde pieles, lana, seda y algodón, hasta quesos, mantequillas y pescados ahumados. Crece en la zona sur de México, sobre todo en Yucatán y Campeche; aunque actualmente también se cultiva en países como: Brasil, Colombia, Ecuador y Perú.
“Existe en este país una planta que es a la vez árbol y cardo. Las hojas son gruesas como la rodilla y más largas que el brazo. […] Cuando está maduro, los indios cortan la base del retoño, la que produce un licor que mezclan con las cortezas de un árbol particular. […] Este árbol es de la más grande utilidad porque produce vino, vinagre, miel y un brebaje semejante al jugo de una uva cocida”1 , así describían los españoles al maguey, planta que atrajo su atención a su llegada al Nuevo Mundo.
Los indígenas lo llamaban metl o mexcametl. Al fermentar su mucílago elaboraban el pulque y aprovechaban sus pencas para extraer una fibra con la que tejían vestidos, sandalias y ogas, entre otros objetos.
Fue el naturalista sueco Carlos de Linneo quien le dio el nombre científico de Agave —que en griego significa “admirable”—, para denominar todas las plantas de su género. De los más de 285 tipos de agave que han sido descritos en el mundo, 200 se encuentran dentro del territorio mexicano. Además de su importancia para la elaboración de las bebidas más representativas del país, su cultivo ayuda a detener la erosión del suelo, su tallo se utiliza en la construcción de chozas y con sus raíces se elaboran cepillos y escobas.
De los aportes gastronómicos que México ha dado al mundo, el aguacate es la joya de la corona. Su nombre proviene del vocablo náhuatl ahuacatl, que significa “testículos de árbol”.
Una de las primeras referencias sobre su consumo data del año 1519 y aparece en el libro Suma de geografía de Martín Fernández de Enciso: “lo que hay dentro es como mantequilla, tiene un sabor delicioso y deja un gusto tan blando y tan bueno que es maravilloso”2.
México es el principal proveedor en el mercado internacional de este fruto cuyo sabor, textura y propiedades son tan apreciados, por lo que es considerado el “oro verde”.
Sus nutrientes también son aprovechados en la cosmetología para la elaboración de lociones, aceites, jabones y productos para el cabello.
El ahuehuete es un árbol milenario cuyo nombre significa “viejo del agua”. México es el único lugar en donde habita esta especie, considerada el árbol nacional.
De entre los ahuehuetes célebres, el más polémico es el árbol de la Noche Triste —en la Ciudad de México—, bautizado así por haber sido el silencioso testigo de las lágrimas de Hernán Cortés tras su derrota a manos de los aztecas. Pero, sin duda, el más famoso ahuehuete de México es el Árbol del Tule —ubicado en Oaxaca—, cuya grandeza y sabiduría se celebra cada año, en el mes de octubre, con el Festival Internacional del Árbol del Tule al que acuden centenares de personas para cantarle “Las mañanitas” por sus más de dos mil años.
En Mesoamérica, Quetzalcóatl bien pudo haber sido el antecedente de los alebrijes: una colorida y mística especie que llegó a México para proteger la vida y la muerte de los que sueñan.
A partir del año 1927, don Manuel Jiménez en Arrazola, Oaxaca, y en los años cuarenta don Pedro Linares, en la Ciudad de México, hacen uso de estas figuras haciendo historia en el arte popular mexicano, elaborándolos en madera y en cartón, respectivamente.
Hoy, gracias a la impresionante aceptación, los alebrijes se han convertido en una referencia del arte popular.
David Alfaro Siqueiros (Chihuahua, 1896–Cuernavaca, 1974) fue el más joven, polémico y radical de los tres grandes muralistas mexicanos.
A los 16 años, siendo alumno de la Academia de San Carlos, cambió los pinceles por las armas y se enlistó en el Ejército Constitucionalista, para luchar contra el gobierno del presidente Huerta. Como soldado, caminó entre sierras, desiertos y montañas mientras observaba la vida de los campesinos, obreros e indígenas, escenas que fueron una constante en su obra.
En 1960, luego de terminar el mural Del Porfirismo a la Revolución en el Castillo de Chapultepec, es acusado de disolución social y encarcelado en la prisión de Lecumberri. Seis años después, recibía el Premio Lenin de la Paz y el Premio Nacional de Bellas Artes de México.
Su obra puede admirarse en edificios públicos como el Palacio de Bellas Artes, Ciudad Universitaria o el Polyforum Siqueiros, entre otros, en la Ciudad de México. En el año 2003, la prensa internacional dio cuenta de una polémica más del artista, cuando un mural erótico de su autoría, Ejercicio plástico, pintado en 1933 en el sótano de una mansión de Buenos Aires, alcanzó un precio mayor a los 20 millones de dólares.
Esta alga microscópica de color verde azulado era conocida en la época prehispánica como tecuitlat, que significa “excremento de piedra”. Los mexicas la cosechaban en los alrededores del lago de Texcoco para hacer una pasta que los españoles bautizaron como “queso de tierra”.
En la actualidad se le conoce como un superalimento, gracias a que brinda un aporte proteico mucho más digerible que el de la carne roja, además de una gran cantidad de vitaminas, minerales, ácidos grasos, clorofila y una amplia gama de fotoquímicos. Es uno de los complementos alimenticios más apreciados en el mundo; elegido por la NASA para enriquecer la dieta de los astronautas en las misiones espaciales.
Francis Alÿs nació en Amberes, Bélgica, en 1959. Arquitecto de profesión, nunca buscó dedicarse al arte ni vivir en México, a donde llegó en 1986 con el fin de esquivar el cumplimiento del servicio militar en su país. Trabajó para una organización francesa que apoyó en la reconstrucción de la capital tras el terremoto de 1985.
Entre las ruinas de la ciudad encontró un laboratorio de observación desde donde surgieron sus primeros proyectos artísticos. Desde aquella época no ha dejado de experimentar con una mezcla de disciplinas como la pintura, la fotografía, el material audiovisual y el performance, que lo han llevado a recorrer todo el mundo, reconocido como uno de los artistas más influyentes de su generación.
Una de sus primeras acciones memorables fue Sometimes making something leads to nothing —Algunas veces hacer algo no lleva a nada—, en el año 1997, que consistió en arrastrar un gran cubo de hielo por las calles del barrio de Tepito; a su paso, el bloque iba dejando una huella de humedad que al poco tiempo se borraba, hasta quedar reducido a una pequeña piedra.
Alÿs usa métodos poéticos y alegóricos para tratar realidades políticas y sociales, como las fronteras nacionales, localismo y globalización, asi como los detrimentos y beneficios del progreso.
Los cuatro alimentos esenciales en la dieta de los antiguos mexicanos eran el amaranto, el maíz, el frijol y el chile. Los aztecas consideraban al amaranto como el alimento de los dioses. El uso ritual de su semilla daba cuerpo a las deidades y su polvo, como pinolli, era una provisión fundamental para dar vitalidad al cuerpo mortal de los viajeros.
Debido a la profunda relación del amaranto con los rituales religiosos indígenas, los misioneros cristianos redujeron su cultivo casi hasta erradicarlo; por fortuna, el amaranto crecía de manera salvaje y su uso continuó. Sobrevivieron las “alegrías” —dulce elaborado a base de amaranto y miel de maguey— y se siguió nutriendo al pueblo mexicano hasta nuestros días. A finales del siglo XX se redescubrió el enorme valor nutricional del amaranto, incluso se le ha propuesto como un posible recurso contra el hambre en el mundo.
Con más de veinte años de trayectoria, Carlos Amorales (Ciudad de México, 1970) se ha dedicado a explorar y trasgredir los límites del lenguaje a través del cruce de soportes que han pasado de la gráfica a la escultura, al cine, al performance y la música.
Los ejemplos de su obsesión por la deconstrucción y el juego comienzan desde su nombre, que pasó de ser Carlos Aguirre Morales al juego de “Carlos a moral es” y han alcanzado pináculos como La vida en los pliegues, obra con la que en el año 2017 representó al pabellón de México en la Bienal de Venecia.
La instalación expuso una serie de ocarinas que en su conjunto creaban un abecedario encriptado. El artista creó también una serie de partituras que luego fueron ejecutadas en el cortometraje La aldea maldita, que narra la historia de una familia de migrantes que es linchada al llegar a un pueblo.
Sobre la exposición explicó: “La vida en los pliegues parte del título de la novela de Henri Michaux para generar una imagen sobre estar entre las cosas: entre las páginas de un libro o de un periódico, entre países y culturas, entre ideologías opuestas, entre uno y el otro. Este ‘estar entre’ ha sido el centro de mi exploración artística: la máscara, ya sea literalmente o como lenguaje visual, situado como una membrana entre ámbitos opuestos”3.
Carlos Amorales ha expuesto en importantes galerías alrededor del mundo; entre sus muestras más importantes se cuentan: Axiomas para la Acción (MUAC, 2018) y Herramientas de trabajo (MAMM, Medellín, Colombia, 2017)
El árbol de la vida es una de las artesanías mexicanas más reconocidas a nivel mundial. Su origen se remonta a tiempos prehispánicos, cuando los teotihuacanos, otomíes, matlatzincas y mexicas usaban el barro para fabricar cerámicas para usos ceremoniales y utensilios para la vida cotidiana.
Durante la conquista espiritual, en la época colonial, las deidades de barro fueron sustituidas por un árbol de la vida —representación de la teoría creacionista bíblica— como un instrumento de evangelización. Con el tiempo, los artesanos indígenas se fueron apropiando de la alegoría hasta que pasó de ser un objeto de fervor religioso a una representación folclórica que da cuenta de la cosmovisión de cada artesano.
Los árboles de la vida se producen en Izúcar de Matamoros, Puebla; en Acatlán, Puebla, y sobre todo en Metepec, Estado de México. Por su valor artístico han sido expuestos en museos de Europa, Asia y Norteamérica.
Dicen que Juan José Arreola (1918−2001) nació para la palabra. Allá en su pueblo, Zapotlán El grande, Jalisco, fue famoso por ser un niño recitador que asumió desde entonces su pasión por el lenguaje.
A causa de la guerra cristera, que cerró las escuelas manejadas por iglesias, tuvo que abandonar los estudios formales y convertirse en autodidacta. Al cumplir 17 años, dejó Zapotlán para arribar a la Ciudad de México en donde estudió teatro.
Su libro Varia invención, publicado en 1949, lo situó en el panorama de la literatura mexicana. Este ejercicio estilístico que combinaba la prosa y la poesía en diversas voces llamó la atención del escritor Jorge Luis Borges, quien pidió entrevistarse con el autor en una de sus visitas a México.
Según palabras del crítico colombiano Fabio Jurado: “Borges fue el primero que reconoció en Juan José Arreola al autor que ya estaba revolucionando e innovando la narrativa latinoamericana. Ese vínculo con Borges hace que veamos en Arreola una presencia de la literatura universal”4.
Hablar de Juan José Arreola es abarcar un universo que amalgamó el histrionismo con la palabra escrita, el juego, la risa, la memoria, la tradición y el ingenio. Es un escritor esencial en la historia de la literatura de nuestro país y un referente que dejó huella en el mundo de la televisión cultural, el entretenimiento y la divulgación de la cultura.
Apreciado en todo el mundo, el arte huichol nace como una ofrenda a los dioses. Es elaborado por las manos de un grupo étnico que habita en la Sierra Madre Occidental de México, que abarca Jalisco, Zacatecas, Nayarit y Durango.
Como una escritura sagrada que resguarda la historia y la tradición, los artistas wirraritari echan mano de colores, símbolos y figuras geométricas, combinados con formas cotidianas para hacer sus creaciones sobre esculturas forradas de chaquira, joyería y cuadros de hilo y que se convierten en representaciones de su cosmovisión. Más que un trabajo, para estos artistas cada una de sus piezas significa la oportunidad de comunicarse con el creador.
Para los huicholes, la nierika es el don de ver, un espejo donde su chamán, el marakame, puede observar las imágenes que se le proporcionan desde un mundo mágico, cuya puerta de entrada es el peyote; es una técnica ancestral a partir de la cual los artistas enuentran formas distintas de materializar los mensajes de la divinidad.
Aunque ahora utilizan cuentas de plástico e hilo de estambre —pegados con cera de abeja y resina de pino—, estas obras se realizaban originalmente con semillas, conchas, piedras pequeñas y filamentos de plumas. La eleboración de cada pieza tarda en promedio 50 horas, durante las cuales los artistas rezan para restaurar la armonía que debería existir entre todos los seres que habitan la tierra.
El atole es una bebida heredada de las culturas pre-hispánicas. Está elaborada a base de masa de nixtamal y agua, de distintas espesuras y sabores.
Los nahuas se caracterizaban por su alimentación frugal y no acostumbraban el desayuno. A media mañana, después de algunas horas de trabajo, tomaban un tazón de atolli —que significa “aguado” en náhuatl— como primer alimento; lo bebían al natural, condimentado con chile o endulzado con miel.
El atole sigue siendo una bebida de uso diario para los mexicanos y entre sus sabores y tipos están: fresa, piña, guayaba, ciruela, capulín, coco, nuez, almendra, flor de san juan, pinole, ceniza, champurrado con chocolate, blanco con trozos de piloncillo, agrio o xocoatole, cuatole (con miel y chile), chileatole, mezquiatole, xole (con cacao), nacuatole (con miel y calabazas), atole de habas y watónali (con frutas o hierbas).
Este anfibio, de la familia de las salamandras, habita exclusivamente en algunos cuerpos de agua del Valle de México —en el lago de Xochimilco—, por lo que se le considera un símbolo de identidad cultural de la capital de la república.
El axolotl, o monstruo del agua, es el único animal en el mundo capaz de reproducirse en estado larvario, en el que se conserva a voluntad; posee una extraordinaria capacidad para regenerar extremidades amputadas, tejidos y órganos de su cuerpo, incluido el cerebro. Por esta razón, los antiguos pobladores de la Cuenca de México lo veían como un ser que desafiaba a la muerte y lo reconocieron en su mitología como la encarnación acuática del dios azteca Xólotl, hermano gemelo de Quetzalcóatl.
Sus cualidades biológicas han fascinado a científicos de todo el mundo. Recientemente se descubrió que su genoma es el más grande que se haya secuenciado hasta la fecha, diez veces mayor que el humano. Por desgracia, los misterios resguardados en su genética podrían nunca ser revelados, ya que se encuentran en peligro de extinción debido a la contaminación lacustre y la introducción de especies exóticas en su hábitat natural.