En 1982, el embajador emérito Alfonso García Robles (Zamora de Hidalgo, 1911−Ciudad de México, 1991) se convirtió en el primer mexicano en recibir un Premio Nobel al ser reconocido en la categoría de Paz junto a la diplomática sueca Alva Myrdal, por sus notables contribuciones a la tarea de informar a la opinión mundial sobre los problemas de armamentos.
Siendo presidente de la Comisión Preparatoria para la Desnuclearización de América Latina fue pieza fundamental para el logro de la firma, en 1967, del Tratado para la Proscripción de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, que prohíbe el desarrollo, la adquisición, el ensayo y el emplazamiento de armas, proclamando a toda esta región como una zona libre de armas nucleares, por lo que se le conoce como “el padre del Acuerdo de Tlatelolco”. Esta iniciativa representó un paso decisivo para la preservación de la paz y la estabilidad internacional.
El estándar que estableció el Tratado de Tlatelolco fue replicado poco a poco en otras regiones del mundo, hasta que en 2017 se logró un compromiso global de
desarme nuclear.
El doctor García Robles recibió condecoraciones de diez países latinoamericanos, europeos, africanos y asiáticos, además de numerosos cargos honoríficos tanto en el país como en el extranjero.
María Sabina Magdalena García nació en Huautla de Jiménez, Oaxaca (1894–1985). Fue una curandera y chamana mazateca, mujer sabia que heredó el don de la curación, a través del bálsamo del canto y el lengua- je. Durante toda su vida fungió como sacerdotisa custodiando los grandes secretos de los hongos sagrados, conocidos como “niños santos”.
En los años cincuenta se convirtió en una celebridad, luego de que Robert Gordon Wasson y su esposa Valentina Pavlovna —padres de la etnomicología— difundieran en varias publicaciones sus conocimientos tradicionales sobre el uso ceremonial y curativo de los hongos. Así comenzó un desfile de personalidades de la ciencia, el arte, las letras y el entretenimiento que llegaron a Oaxaca, tras la pista de la chamana, como Albert Hofmann, Aldous Huxley, Walt Disney y The Beatles.
Los poéticos cantos de María Sabina forman parte de un lenguaje esotérico que los curanderos y sacerdotes mexicanos conocen como hualtocaitl, el idioma de la divinidad.
Fue la lectura de un libro lo que despertó la pasión de Eduardo Matos Moctezuma (Ciudad de México, 1940) por la arqueología: Dioses, tumbas y sabios, de C.W. Ceram, texto de divulgación que develaba los secretos arqueológicos de las grandes civilizaciones.
A principios de la década de los años sesenta comenzó a trabajar en las excavaciones de Tlatelolco, bajo las órdenes del arqueólogo Francisco González Rull. Más tarde, en 1978, asumió la coordinación del Proyecto Templo Mayor, luego de oponerse a la reconstrucción del templo para privilegiar la conservación de las ruinas como testigos del violento encuentro entre dos culturas. En reconocimiento a su labor, la revista Time lo nombró “Moctezuma III”.
Desde entonces, ha publicado libros como Teotihuacán, la metrópoli de los dioses (1990), Vida y muerte en el Templo Mayor (1995), Las piedras negadas: de la Coatlicue al Templo Mayor (1998) y Estudios mexicas (2006), que se cuentan entre los cientos de libros, tesis y estudios escritos por él mismo y sus colaboradores.
A lo largo de su trayectoria ha desempeñado importantes cargos como la Presidencia del Consejo
de Arqueología y la Dirección del Museo Nacional de Antropología, entre otros. Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el campo de la Historia, Ciencias Sociales y Filosofía (2007) y el Premio Crónica (2017); en 2017, la Universidad de Harvard inauguró una cátedra con su nombre, convirtiéndolo en el primer mexicano en recibir tal distinción.