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Libro A,B,C
Juan José Arreola

Dicen que Juan José Arreola (1918−2001) nació para la palabra. Allá en su pueblo, Zapotlán El grande, Jalisco, fue famoso por ser un niño recitador que asumió desde entonces su pasión por el lenguaje.

A causa de la guerra cristera, que cerró las escuelas manejadas por iglesias, tuvo que abandonar los estudios formales y convertirse en autodidacta. Al cumplir 17 años, dejó Zapotlán para arribar a la Ciudad de México en donde estudió teatro.

Su libro Varia invención, publicado en 1949, lo situó en el panorama de la literatura mexicana. Este ejercicio estilístico que combinaba la prosa y la poesía en diversas voces llamó la atención del escritor Jorge Luis Borges, quien pidió entrevistarse con el autor en una de sus visitas a México.

Según palabras del crítico colombiano Fabio Jurado: “Borges fue el primero que reconoció en Juan José Arreola al autor que ya estaba revolucionando e innovando la narrativa latinoamericana. Ese vínculo con Borges hace que veamos en Arreola una presencia de la literatura universal”[ref id="4"].

Hablar de Juan José Arreola es abarcar un universo que amalgamó el histrionismo con la palabra escrita, el juego, la risa, la memoria, la tradición y el ingenio. Es un escritor esencial en la historia de la literatura de nuestro país y un referente que dejó huella en el mundo de la televisión cultural, el entretenimiento y la divulgación de la cultura.

Archivo Proceso
Fotografía anónima, Juan José Arreola, 4 de enero de 1974, fotografía, Id. 2733, Archivo ProcesoFoto.
Flotador / José Antonio Alzate

José Antonio Alzate y Ramírez (Ozumba, Estado de México, 1737−1799) fue uno de los más distinguidos polímatas de su tiempo que inventó, en 1790, el “obturador automático flotante”, mejor conocido como flotador.

A finales del siglo XVII, el desperdicio de agua representaba un grave problema para la antigua Ciudad de México, por las grandes cantidades que se derramaban de las fuentes al no tener un sistema que las cerrara cuando estaban llenas. La solución fue este sencillo aparato que controla la salida de líquido de un contenedor para evitar su desperdicio. Su uso más común es en los sistemas de baño y los tinacos, que ha permitido el ahorro de millones de litros de agua.

Para rendir homenaje a su inventor, por esta y muchas otras aportaciones en diversos campos, se fundó en 1884 la Sociedad Científica Antonio Alzate, que más tarde se convirtió en la Academia Nacional de Ciencias.

© Gerardo Díaz
José Antonio Alzate y Ramírez, Máquina hidráulica, 1831, grabado en José Antonio Alzate y Ramírez, Gacetas de literatura de México, Puebla, Hospital de S. Pedro, 1831. Reprografía Gerardo Díaz.
José Gorostiza

Son muchos los creadores —de todas las épocas y disciplinas artísticas— cuyo nombre ha quedado indisolublemente ligado a una de sus obras, a la pieza icónica de su legado. Ese es el caso de José Gorostiza (Villahermosa, Tabasco, 1901–Ciudad de México, 1973) y su inagotable poema Muerte sin fin, considerado una de las composiciones fundamentales de la literatura en lengua castellana.

Muerte sin fin fue publicado en 1939 y produjo un impacto inmediato en el mundo de las letras, donde lo calificaron como “uno de los mayores logros de la poesía contemporánea”. Es una obra de largo aliento que, en las diez partes que la componen, vierte la angustia del ser individual en un canto de búsquedas filosóficas, dedicado igual a la existencia que a la destrucción. Su dificultad, que sigue siendo objeto de extensos estudios, estriba en el hecho de que funciona a múltiples niveles, que el poeta elaboró con la idea —dijo— de “hacer algo como quien hace un edificio, con el criterio de un arquitecto o como el compositor que se propone hacer una sinfonía”.

Gorostiza pertenece a la generación de los Contemporáneos, una legión de poetas y críticos esenciales para el desarrollo de la literatura mexicana del XX, ejemplo de los “nuevos mexicanos” convencidos de que la mexicanidad no estaba peleada con la universalidad.

Archivo General de la Nación
Fotografía anónima, José Gorostiza, ca. 1955, Fotografía. Archivo General de la Nación.
José Alfredo Jiménez

Fernando Savater alguna vez afirmó que José Alfredo Jiménez era “el mejor poeta de México, con perdón de Octavio Paz”[ref id="27"] y lo dijo aclarando que la frase no era suya sino del filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre, quien alguna vez le cantó al mismísimo Paz los versos de “vámonos, donde nadie nos juzgue…” con todo el dolor de su ronco pecho.

José Alfredo Jiménez (Dolores Hidalgo, Guanajuato, 1926-Ciudad de México, 1973) ha pasado a la historia como “el poeta de la desolación y la lírica cantinera”. Durante décadas, sus letras han acompañado a los corazones rotos, a los que sufren, a los enamorados y a los que a pesar de cualquier marginación siguen cantando, aún convencidos de que “la vida no vale nada”.

Las letras del “Hijo del pueblo” renovaron el género ranchero y sus 280 canciones conforman un patrimonio vivo y perenne que se propaga en los ecos de los mariachis, así en Garibaldi como en cualquier rincón del mundo en donde se escuchan los acordes de “El rey”, “En el último trago”,  “Si nos dejan” o “Que te vaya bonito”.

© Yozuna N / Secretaría de Cultura-INAH
Fotografía de Yozuna N., José Alfredo Jiménez, ca. 1955, negativo de película de seguridad, Inv. 519454, Sinafo, Secretaría de Cultura-INAH.
José Pablo Moncayo

José Pablo Moncayo García (Guadalajara, Jalisco, 1912–Ciudad de México, 1958) es uno de los más trascendentes representantes del nacionalismo musical mexicano del siglo XX[ref id="34"], creador del “Huapango”, obra que se ha ganado la designación de segundo himno nacional de México.

Además de compositor, percusionista, maestro de música y director de orquesta, Moncayo fue un amante del paisaje mexicano. Como montañista aficionado escaló el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba, coleccionando imágenes y atmósferas que logró plasmar en sus composiciones.

Fue Carlos Chávez quien le solicitó realizar una investigación musical en Veracruz. Gracias a esta encomienda, el compositor estudió sones como Ziqui Ziri, Balajú y el Gavilancito, que influyeron en la creación del Huapango, estrenado el 15 de agosto de 1941 en el Palacio de Bellas Artes, con la Orquesta Sinfónica de México bajo la batuta de Carlos Chávez. Dentro de su legado musical también se recuerdan obras magistrales como “Muros verdes”, “Tierra”, “Hueyapan” y “Amatzinac”.

© Nacho López / Secretaría de Cultura-INAH
Fotografía de Nacho López, Músicos veracruzanos, ca. 1955, negativo de película de seguridad, Inv. 395837, Sinafo, Secretaría de Cultura-INAH.

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