Al fotógrafo Gabriel Figueroa (Ciudad de México, 1907-1997) se le ha concedido la calidad de gloria de la industria cinematográfica mexicana, ya que su óptica compuso un lenguaje de claroscuros que definió la imagen idealizada de México y da fondo a nuestra memoria e identidad.
Cuentan que Diego Rivera lo nombró “el cuarto muralista”, pues logró encontrar en la pantalla un nuevo soporte desde el cual los “murales ambulantes” fusionaron su perspectiva con inspiraciones tomadas de la obra de José Guadalupe Posada, Leopoldo Méndez, José Clemente Orozco, Manuel Álvarez Bravo, Tina Modotti, y otros grandes pintores y fotógrafos de la época, representantes del Taller de Gráfica Popular y del movimiento preocupado por construir la idea misma de lo nacional a través de la actividad artística.
La primera película que registró su crédito como co-fotógrafo fue ¡Que Viva México! (1932), obra de Sergei Eisenstein, en la que colaboró con Eduard Tisse, una de sus mayores influencias.
Su filmografía incluye 210 títulos, realizados en poco más de cincuenta años de trayectoria, en los que colaboró con directores como “El Indio” Fernández, Luis Buñuel y Roberto Gavaldón, en cintas que continúan siendo un referente como María Candelaria (1943), Enamorada (1946), Los olvidados (1950), El rebozo de Soledad (1952) y Macario (1960)

